La idea es sencilla, se trata de acercar el teatro a aquellos lugares donde no llega habitualmente o en el peor de los casos simplemente no llega. Cuando uno piensa que ese espectáculo puede ser el primer contacto con el teatro para muchos de los espectadores, se le ponen los pelos de punta, pero también uno piensa que el espectador ha cambiado mucho en estos últimos años, que sus hábitos culturales en nada se parecen a los de antaño, que aquí las noticias vuelan, el tren pasa a toda velocidad y las carreteras nos acercan en un pis pas a prolíficos centros comerciales, cines de todo a cien y paraísos virtuales cegando nuestros sentidos y adormeciendo, cuando no ofendiendo, nuestro aletargado intelecto.
Los pueblos ya no son lo que eran, el espectador, queramos o no, ha cambiado. Nosotros hemos cambiado.
¿Cómo llegar a tan diferentes espectadores reunidos casi por azar? Uno porque es del pueblo, el otro por la otra, algunos por inercia, un señor de Valencia que vive en Madrid y otro de Cantabria que vive en Sevilla, una niña que nació aquí y su amiga, de Valladolid…
¿Qué hacer, dónde será la representación, con qué medios técnicos y humanos? ¿De qué manera suplimos la falta de un escenario digno? ¿Cómo hacemos para conseguir que en todas las localidades el espectáculo se vea tal y como fue diseñado evitando las tan odiosas “adaptaciones” en el diseño de Luz, escenografía y un largo etcétera?
Estas son las premisas con las que inicia su andadura este proyecto escénico. Fue hace dos años cuando me llamaron Iñigo Benitez, Llanos Campos y Rosa Herrera de Armar Teatro y Falsaria de Indias para dirigir un espectáculo que giraría en verano por localidades diminutas. “¡Tenemos un camión! y queremos que nos dirijas un espectáculo.” Yo sin dudarlo ni un instante acepté encantado.
¿Qué mejor autor que Cervantes para sumergirnos en un teatro popular? Seleccioné tres entremeses, “La guarda cuidadosa”, “El viejo celoso” y la “Cueva de Salamanca”.
La pregunta de siempre, la dichosa pregunta, aquella importuna que me susurraba entre las sábanas se materializaba en cada lectura: ¿Qué rescato hoy? ¿De qué forma materializo en escena aquellas situaciones que todavía siguen vigentes en nuestra sociedad?
Siempre hay un compromiso con el texto original pero no podemos olvidar nuestro compromiso con el espectador contemporáneo. Yo necesitaba un planteamiento que distanciara la escena para presentarla desde una perspectiva nueva, para poder contar desde la distancia que nos imponen los siglos estos extraordinarios juguetes escénicos aquí y ahora sin que perdieran esa maravillosa vida que supo insuflarles Cervantes.
De este modo llego al compromiso con la forma, con el ritmo, con una limpieza de movimientos absoluta, y así, desde la distancia, contar una historia que las más de las veces pertenece al pasado. Porque es también la forma una poderosa herramienta que nos permite contar aquello que el texto calla o duerme, perfila las intenciones revelando nuevos matices que el polvo de los años entierra y distorsiona y nos ofrece una renovada visión que complementa el papel amarillo.
Una vez dado este paso llegamos inevitablemente a un trabajo de máscara, porque las máscaras nos permiten jugar y deconstruir la realidad aparente, crean otro orden, establecen diferencias que hacen que las múltiples relaciones que interaccionan con el espectador se modifiquen.
El resultado, emulando a Lorca y su barraca, viaja por esos lugares donde las carreteras se estrechan y hay que echarse a la cuneta. Un camión recorre los múltiples vericuetos que conforman la geografía castellano-manchega y se instala por unas horas en la plaza, en las eras, o simplemente a la entrada del pueblo porque no logra pasar entre calle y calle. En veinte minutos unos hidráulicos levantan el techo y los paneles laterales transformando este camión en un escenario, concretamente en un corral de comedias, con todos los elementos necesarios para realizar una representación.