Conferencia en las Primeras Jornadas sobre teatro y nuevas tecnologías. RESAD. Abril  de 2006

Vida cotidiana.

Mientras me tomo un café ojeo el periódico en Internet, selecciono los artículos que me interesan y envío algunos de ellos al servidor de impresión, otros los incluyo en el apartado “tareas pendientes”, y el resto simplemente lo rechazo. Un programa especializado selecciona por mí las múltiples noticias de mi interés que suceden en el mundo y me las envía al móvil en tiempo real. Al mismo tiempo recibo un correo electrónico de un compañero que se encuentra de viaje en Japón en el que me incluye los planos del teatro en formato dxf para que realicemos las pertinentes modificaciones en la escenografía a fin de optimizar los tiempos de montaje para el festival.
Mientras engullo un croissant recibo un documento procedente de una lista de distribución especializada en teatro español del siglo de oro en el que un catedrático de la universidad de Arizona me despeja una terrible duda que me asaltó anoche mientras releía “Los balcones de Madrid”, de Tirso de Molina, encontrando notables diferencias entre los manuscritos de la Biblioteca Nacional, y la Biblioteca Palatina de Parma. Pincho en los enlaces que me recomienda y ante mis ojos aparece una versión electrónica del texto basada en ambos manuscritos.
Horas después, conecto el reproductor de mp3 al equipo multimedia del coche vía bluetooth y escucho los últimos ajustes que el compositor realizó para la última escena. Gratamente sorprendido inicio una conversación telefónica con el manos libres para felicitarle por su trabajo y le emplazo a descargar a través de una red privada virtual el video del último ensayo para que pueda incorporar todos los cambios.
Cuando llego a la sala de ensayos la iluminadora me entrega unos bocetos renderizados para que pueda hacerme una idea del resultado final y me enseña, mediante un ordenador portátil la sucesión de las diferentes memorias con sus respectivos tiempos de ejecución. Le pido al jefe técnico que me envíe un correo con la simulación de tramoya, proyectores y motores.
Durante la comida aprovecho los tiempos muertos entre plato y plato para realizar una transferencia con el móvil y valiéndome de la red wifi del restaurante hacer la compra en el super mediante una obsoleta pda.
Por la tarde recibo el texto con las modificaciones del dramaturgo y mediante un servidor de discusiones inicio una conversación en un foro creado al efecto con el fin de aceptar los cambios propuestos y sugerir otros.
Fin de la jornada de trabajo. Cena en casa de unos amigos, durante la misma aparece Pedrito, el hijo menor que aferrado a su video consola sostiene un temible combate con vete tu a saber que enemigo. ¿A qué juegas? Le pregunto. A Pokemon., me responde. ¿Poke? Pokemon, vuelve a responderme. ¿Y eso que es? Tras 12 interminables minutos en los que intento sin éxito alguno comprender el 20 por ciento de lo que se me está planteando decido recurrir a una excusa que nunca falla. “Tengo ganas de hacer pis”, le digo mientras me doy la vuelta batiéndome en una evidente retirada.
En el servicio recibo un sms del jefe técnico en el que me recuerda que tengo un correo electrónico con el archivo de tramoya e iluminación para que los visualice esta noche en el simulador de mi ordenador personal y dé el visto bueno. Cuando llegue mañana al ensayo estará todo preparado.
Durante toda la cena siento la mirada de Pedrito, sus grandes ojos brillantes mirándome inquisitivamente, yo, esquivo su mirada temeroso de escuchar la fatídica frase: “¿Juegas”. Afortunadamente salgo victorioso y ya mis pies en el felpudo, entre besos y abrazos respiro profundamente. Pasó el peligro.
Por la noche, arropado entre las sábanas sueño con Pokemons y caperucitas rojas devoradas por lobos cibernéticos. Cuando despierto un terrible pensamiento se hace hueco en mi atormentada cabeza “Tengo que ponerme al día.”

Dudas , reflexiones, algunos ejemplos y más dudas.

Nos encontramos en una eterna situación de tránsito. De la sociedad industrial hemos pasado a una sociedad claramente marcada por el procesamiento de la información, ahora la generación de riqueza no está basada en la fabricación de productos “tangibles” sino en algo tan voluble como la información. Lo “real” sucumbe ante lo virtual, adquiriendo esta última una realidad propia de tal magnitud, que supera paradójicamente, nuestra propia realidad, la trasciende.
Las fronteras nunca volverán a ser las mismas, basta una pulsación de ratón para pasar de un ordenador situado en Europa a otro radicado en Australia. Podemos acceder virtualmente y en el mismo espacio de tiempo a diferentes contenidos repartidos a lo largo y ancho del globo terráqueo. Podemos mantener una conversación múltiple con interlocutores situados a miles de kilómetros de distancia, podemos introducir un documento en una red y duplicarlo una y otra vez en cientos de máquinas a las que acceden millones de personas… De alguna manera, hemos alcanzado el don de la ubicuidad.
Y yo me pregunto. ¿Qué es lo que puedo hacer, como director de escena, con estas tecnologías que están modificando de una manera inimaginable nuestro modo de vida y la forma en que percibimos la realidad? Y surgen nuevas preguntas ¿De qué modo estas tecnologías han cambiado nuestra percepción y la recepción del espectador?, ¿Me benefician o me perjudican estos cambios? ¿Cuáles son? ¿Cómo entenderlos y actuar ante ellos?
La televisión y concretamente el uso y abuso de la misma nos impone, lenta e imparablemente determinados hábitos que ahondan en nuestro ser. Un aparato que en teoría ha de servir para establecer una comunicación y que paradójicamente permanece encendido estemos o no estemos en la habitación. Ya tenemos completamente asumido y lo vemos como algo normal el hecho de ver una película fragmentada en 12 pedacitos por los tan temidos y al mismo tiempo ansiados reclamos publicitarios. Y curiosamente, se empieza a ver como habitual el hecho de que nos interesen más dichos anuncios que la película en cuestión. Y esto tiene que significar algo…
Los móviles amenazan nuestros bolsillos con micropelículas, videoclips… El espectáculo está servido.
Los videojuegos se han instalado en la vida cotidiana consumiendo la mayor parte del tiempo destinado al ocio en los niños, adolescentes y un cada vez más elevado número de adultos. Estos videojuegos cuentan con más presupuesto de producción que una película y hacen gala, en plena exhibición tecnológica de lo último de lo último en sonido, imagen e interface sumergiendo al jugador en un mundo único en el que puede interactuar al mismo tiempo con personajes imaginarios y usuarios reales.
Los niños han dejado de intercambiar cromos, ahora participan en juegos de rol importados de la videoconsola y se juegan sus nuevos héroes mitológicos a las cartas.
¿Cómo podemos interpretar esto? La recepción, por parte del espectador, está cambiando, acomodándose lenta e imperceptiblemente e imponiendo finalmente su criterio costumbrista, porque la costumbre, el hábito, se instala rápidamente y para siempre en el sueño de los durmientes. Y esto no nos beneficia en absoluto.
Fruto de estas reflexiones nació “Proyecto Alpha”, un espectáculo que dirigí hace unos años. Quería advertir a los niños acerca de los peligros que encierran los videojuegos y la televisión sólo y únicamente cuando son usados de manera indiscriminada. Necesitaba contarles la necesidad de acentuar su sentido crítico, bombardeado continuamente por cientos de mensajes. Para ello escribí un texto en el que unas niñas eran raptadas por un ovni y convertidas en super niñas mega guerreras, lo que al principio comenzaba siendo un juego inocente al final se convierte en tragedia. Si quería contarles algo que realmente les interesara, algo que atrajera su atención y que les activara tenía que modificar la forma de contárselo, ya que las fórmulas empleadas en mi niñez me atraían sólo a mí. De ahí que la estética se sitúe en un punto intermedio entre la ciencia ficción el vídeo clip y el manga. Por supuesto esta estética requería de multitud de elementos tecnológicos, es más, el uso de la fluorescencia, las proyecciones de imágenes virtuales, los diodos de alta luminosidad y los diodos láser se convertían en imprescindibles para contar esta historia tal y como quería contarla. Eran una opción dramatúrgica. Las proyecciones interactuaban con las actrices apoyando en todo momento su trabajo. El vídeo, los diodos láser y la fluorescencia no eran meros artilugios efectistas, se integraban en la puesta en escena siendo claves en el proceso de trabajo de las actrices. Porque ellas eran las protagonistas por encima de todo. Para acentuar los múltiples cambios de lugar se optó por una escenografía basada en luz de fluorescencia, pudiendo convertirse tan sólo activando unos u otros fluorecentes en una nave espacial, un laboratorio orbital, una sala de abducción, un crucero de combate… También necesitábamos una bola energética que tenía que interactuar con las actrices, convirtiéndose en un personaje más. La solución, parcial como veremos, llegó de la mano del uso de diodos de alta luminosidad controlados por un microcontrolador, y de esta forma conseguimos un elemento que cambiaba de color siguiendo una secuencia preestablecida que se fijó durante el transcurso de los ensayos y dando una absoluta prioridad al trabajo de las actrices. No pudimos conseguir en aquella época que Alpha reaccionara realmente. Hoy lo hubiéramos tenido más fácil.
¿Qué ocurrió con el espectáculo? Se hizo 3 veces porque según el criterio de los programadores un espectáculo que utilizaba semejante estética, no podía considerarse teatro, era más propio del cine o de los dibujos animados, pero teatro no, bajo ningún concepto. Es más, al utilizar esta estética aseguraban que se estaba haciendo un flaco favor a los niños y niñas ya que tanto la televisión como los videojuegos son considerados la mayoría de las veces por estos profesionales como un llamémosle cáncer cultural. Afortunadamente me quedo con el recuerdo de un niño que al salir del teatro, miró hacia la cabina de los técnicos y mientras alzaba el pulgar nos gritaba ¡Mola!
Sucumbiendo en esta vorágine propia del capitalismo de consumo algunas políticas culturales pretenden reducirnos al ocio frente a la reflexión, al divertimento en su acepción más mundana frente a la transgresión. ¿Se nos pide un teatro condenado a la mera contemplación?
Otra de las preguntas que me planteo es ¿Por qué este rechazo hacia la tecnología por una gran parte del gremio? ¿Por qué permanecemos encerrados en nuestra maravillosa burbuja de terciopelos?
Pienso que tenemos miedo, que ese mismo miedo nos paraliza, hace que justifiquemos de mil y una formas nuestro pánico y pienso también que no puede haber nada peor para un creador que el miedo, porque es de las pocas cosas que puede conseguir paralizarnos sin que nos demos cuenta.
El teatro se ha caracterizado una y otra vez por incorporar en sus instalaciones y espectáculos aquellos ingenios emergentes que procuraban las delicias de los espectadores. Actualmente está situación ha cambiado y los avances tecnológicos son incorporados en la escena después de haberse paseado por los parques de atracciones, los conciertos de Rock y el salón de nuestra casa.
Salvo experiencias aisladas los creadores escénicos sufren las limitaciones de la tiranía del teatro de arco de proscenio. Un tipo de teatro del que se valió una sociedad determinada para reflejarse a sí misma, pero que con el transcurso de los años y el avance de la sociedad supone en la actualidad una férrea cadena que inmoviliza y distancia el lugar de la representación con respecto al espectador, una especie de muro infranqueable que hace cuando menos difícil la comunicación directa entre el emisor y el receptor.
Los teatros, en tanto que espacios públicos son una representación de la sociedad en la que se construyen y en los que ésta se ve reflejada. Responden a una serie de necesidades que son inherentes a esa sociedad. ¿Por qué se siguen construyendo grandes auditorios que no permiten la más mínima posibilidad de cambio?
Actualmente, y teniendo en cuenta la función que se nos quiere imponer económica y políticamente del teatro, relegándolo al ocio y al divertimento y situando al espectador como un observador pasivo, los teatros se construyen como un mero edificio en el que albergar una serie de espectáculos de lo mas variopinto con unas características comunes y por tanto exportables al resto de edificios. Por supuesto, nada mejor que un teatro a la italiana para cumplir estos requisitos. Y nada mas alejado del teatro y de las necesidades que nuestra sociedad, la de hoy, demanda para con el teatro, nuestro teatro. El de hoy.
Y es aquí donde la tecnología se convierte en una aliada, y yo la abrazo y la beso, porque me permite, con unos costes cada vez menores, y sin renunciar a las ventajas que supone un edificio teatral, concebir un espectáculo en su totalidad, prescindiendo de este edificio y realizándolo donde yo quiera, situando a los espectadores en el lugar ideal para la recepción concreta de ese espectáculo, en círculo, a tres bandas… arriba, abajo… concibiéndolo para 80 o 20000 espectadores. La tecnología me da toda la libertad que yo necesito, a cambio naturalmente de dinero, pero los costes en tecnología son cada vez menores y el avance de la misma es cada vez más rápido.
A este respecto quiero poner como ejemplo un espectáculo que dirigí el año pasado. Queríamos hacer un espectáculo que acercara el teatro de una manera digna a una serie de pueblos castellano manchegos a los que rara vez, dado su reducido número de habitantes, se había acercado alguna compañía. Queríamos hacerlo con una serie de condiciones técnicas que jamás hubieran podido aportar, ya que por no tener, algunos no tenían ni salón de actos, Bien, si no tienen escenario llevémoslo nosotros, dicho y hecho, la productora Armar Teatro & Falsaria de Indias compró un camión y construimos una corrala de comedias. El camión llega al pueblo y en menos de 20 minutos mediante un sistema de hidráulicos se convierte en una corrala de comedias con dos pisos accesibles, camerinos, sistemas de microfonía e iluminación integrados, con unas medidas útiles para la representación de 6 metros de altura, 8 de embocadura y 5 de fondo. El espectáculo consistía en una selección de tres entremeses de Cervantes.
La idea no es nueva, de hecho la Junta de Extremadura hace años que dispone de camiones escenario, pero lo importante es que una compañía de mediano formato con unos condicionantes económicos limitados ha podido realizar un proyecto escénico de esta categoría. Esto, años atrás hubiera sido impensable.
Volvamos a la recepción. El teatro a diferencia de los videojuegos, la televisión,…no podemos interrumpirlo, bajar el volumen para que no moleste, llevarlo en nuestro bolsillo y ponerlo en pausa cuando nos interese.
El teatro tiene algo que no se ha dejado arrebatar, su carácter efímero y único. No podemos reduplicar una y otra vez el presente inmediato que supone la realización de cada espectáculo porque en todos y cada uno de los casos conseguiríamos diferentes espectáculos. Al teatro le pertenece el presente, el aquí y el ahora. Tampoco podemos fijarlo en un soporte para ser visualizado con posterioridad ya que tan sólo habremos fijado una copia muerta, sin alma de aquello que fue, pero que en ningún caso es.
¿Y todo esto a donde me lleva? Porque son palabras muy bonitas, pero en el fondo se convierten en un gran problema. Tal y como avanza la sociedad ¿Qué tenemos que hacer para que sea rentable? ¿Podemos competir con el resto de las diferentes estructuras narrativas? Raramente conseguiremos pagar un anuncio en televisión, simplemente este anuncio costará mucho más de lo que conseguiríamos llenando el teatro, ¿Hemos de aceptar finalmente que estamos destinados a las minorías? ¿Cómo y de que manera podemos acceder al gran público? Porque en el fondo, a todos nos gustaría.
Nos queda también la cercanía con el actor y la actriz. En esta época tan tecnificada y que contradictoriamente tanto nos separa, en estos momentos en los que para comunicarnos lo hacemos a través de un terminal telefónico o una ventanilla blindada en el interior de un taxi, o cambiamos nuestra apariencia y nombre en un chat, es donde surge una necesidad imperiosa de “tocar” lo real, de sentir el susurro de un actor acariciándote los oídos, de encontrar unos ojos que te miran. De presenciar un momento irrepetible. Y esto sí que le pertenece al teatro y de momento, tampoco pueden arrebatárnoslo. Esta es nuestra fuerza, nuestra razón de ser. De esto, si que estoy seguro. Esta búsqueda de la cercanía me tienta una y otra vez a experimentar con un teatro sensorial, un mundo de olores, imágenes, sonidos, entre los que se encuentra la palabra, luces y sombras que envuelvan al espectador, que acaricien todos y cada uno de sus sentidos, una comunión con el espectador a tres centímetros de su cuerpo. Yo no sé si esto será considerado teatro o barraca de feria, en todo caso responde a una búsqueda personal y surge de una necesidad, encontrarme con el espectador.
El uso de la tecnología, tanto en su faceta técnica como narrativa no deja de ser una herramienta a nuestro servicio cuya finalidad es facilitarnos el trabajo. Estamos rodeados de tecnología, cualquier objeto en el que fijemos nuestra atención presenta una huella tecnológica, desde una simple caja de cerillas a los pantalones que llevamos puestos. ¿Si la tecnología está presente en nuestras vidas? ¿Cómo pretender alejarla del teatro?, es un contrasentido, aunque quisiéramos, no podríamos. Somos herederos de nuestra cultura. Es precisamente a nosotros, como creadores a quienes nos corresponde utilizarla y no únicamente en su parte funcional, tenemos unos medios que jamás hubiéramos imaginado, démosles vida, busquemos, investiguemos, equivoquémonos, es la única forma de hacer del teatro lo que siempre ha sido, un medio artístico de comunicación comprometido con la sociedad, un lugar sin miedo a volar, donde podamos creer lo imposible, reír, soñar, reflexionar, un espacio para adentrarnos en los desconocido, para contar historias de siempre de forma diferente, o vete tú a saber qué y de que forma, para despertar nuestros sentidos, un lugar que exija a la tecnología lo mejor de si misma. Seamos nosotros quienes busquemos las fronteras que la tecnología nos deja entrever. Quienes planteemos las preguntas que la misma nos sugiera.
Podemos imaginar, con ayuda de la tecnología, un teatro cercano al espectador, abierto a la experimentación, como siempre, un teatro en el que veamos reflejados nuestros anhelos, nuestras quimeras y nuestras miserias, un teatro con un departamento de I+D al servicio de la narrativa escénica, un teatro en definitiva, que permita un tú a tú con el espectador. Es nuestra responsabilidad, si no, posiblemente acabaremos comiendo palomitas y preguntándonos por qué la gente dejó de ir al teatro

© 2006 Andrés Beladiez. Todos los derechos reservados